sábado, 17 de enero de 2009

Match Point: la ópera italiana y Woody Allen

MATCH POINT
Drama lírico italiano según la perspectiva británica de un genial autor neoyorkino
por Alvaro Sanjurjo Toucon


Mientras transcurren los títulos iniciales de “Match Point” (las tradicionales letras blancas sobre fondo negro), genial creación de un renovado Woody Allen, se escucha ópera italiana en una vieja grabación del legendario Enrico Caruso.
Allí está la clave de un film que tendrá en la ópera italiana decimonónica su “leit motiv” sonoro y argumental. Melodías que irrumpen ya sea porque los protagonistas concurren a la ópera, ya por preferencia de Woody Allen para una banda sonora donde ha excluido sus tradicionales inclinaciones jazzísticas. La ópera dice presente y reiteradamente es la voz de Caruso la que surge desde antiguas grabaciones. Ese desfile incluye principalmente, y entre otras, a “Rigoletto”, “Macbeth”, “Traviata”, “Il Trovatore”, “Othello”, “Guillermo Tell” y “L’elisir d’amore”; de Verdi, Rossini y Donizetti. Y nada de esto es casual o caprichoso.
Desde el arranque, Allen presenta con deliberada definición a los personajes centrales de este relato ambientado en la Inglaterra actual: un ambicioso joven irlandés de humilde origen ennoviado con la hija de un poderosísimo empresario británico; una sensual joven norteamericana deseosa de convertirse en actriz y en esposa del superficial hijo del empresario; el empresario en cuestión y su esposa; y en torno a ellos múltiples personajes más o menos secundarios.
Esa relación abre paso a un melodrama, un operático melodrama donde, como en las obras que ilustran al film musicalmente, se entrecruzan los amores posibles con los imposibles, los romances legales con los ilegales, la ambición sin moral con los sentimientos nobles aunque ingenuos; y desde luego el crimen pasional. Indisimuladas constantes de una auténtica ópera peninsular decimonónica. Porque de eso se ocupa Woody Allen en “Match Point”: de contarnos un melodrama escapado del siglo XIX pero aún hoy vigente (“Traviata” es representada en el teatro con ropas modernas)
No es difícil hallar en el empresario británico poderoso (y bufonesco), empecinado en construir la felicidad de su hija, una versión caricatural y extrapolada de Rigoletto y su hija Gilda.
Los “brindis” y el vino, que tan destacado lugar ocupan en la ópera italiana, aquí también están presentes para celebrar instantes cruciales. Incluso en algún momento parece filtrarse el brindis de “Cavallería Rusticana”, ópera que sin embargo no aparece aquí musicalmente. Mientras en la obra de Mascagni uno de los protagonistas exclama que sus pensamientos se los ha sugerido el vino, aquí es la bebida la que suelta la lengua a una madre sobreprotectora (deformada Lady Macbeth) dispuesta enfrentar a la novia de su hijo; y es la bebida la que destrozara a la madre de esa joven que oscilando entre la pasión desatada y los intereses materiales es rechazada por su probable suegra.
La presunción de que esa madre castradora es una deformada Lady Macbeth (¿según Verdi y su libretista Francesco Maria Piave o según Shakesapeare?) no es caprichosa: el “O filgi, o figli miei” del “Macbeth” de Verdi también se incluye en la banda sonora.
Nada de esto impide que “Match Point” posea una historia muy creíble que más allá del melodrama recrea pautas de comportamiento reiteradas a lo largo de los siglos, llegando a este presente en que se ubica el relato.
Los desbordes están a la orden del día y Allen no desea disimularlos.
Sin embargo restringir este título a un juego acerca de la ópera es limitar los propósitos del autor.
Allen juega con la ópera italiana pero también lo hace con la literatura y podría realizarse otro análisis de la realización desde esa óptica.. Las referencias a “Crimen y Castigo” de Dostoievsky son claras, hasta subrayadas para que ningún espectador las obvie. Y otro tanto hace con varios autores y especialmente con la escritora Patricia Highsmith, cuyo “Pacto siniestro” según Hitchcock integra el “referente.fílmico” habitual en Allen.
Allen “lleva” a sus personajes un par de veces al cine. En una oportunidad dos de ellos irán a ver un film que no vemos pero cuya banda sonora escuchamos (“Rififi”, de Jules Dassin), enfatizándose así la componente “culta” de la pareja; y en otra ocasión varios protagonistas irán a ver un film que tampoco vemos pero se anuncia en la marquesina de una sala: “Diarios de motocicleta” (seleccionado por un personaje femenino cuya presunta “vulgaridad” se desea destacar). La “filmofagia” alleniana no es obviada, aflorando otro de los filones a explorar en “Match Point”.
Allen empero gusta desafiar la moral del espectador. Mientras en la evocada obra de Highsimith/Hitchcock el espectador condena moralmente al asesino porque el film le ofrece un personaje positivo con el cual identificarse, Allen no deja esa opción. Con magistral perversidad nos conduce a identificarnos con el asesino y desear que no falle en sus propósitos.
Decididamente Allen gusta hacer alarde de su erudición, sin por ello circunscribir, minimizar ni soslayar la posibilidad de lograr plenamente el disfrute de este film por parte de quien permanezca ajeno a ese alud referencial. Despojando de eruditas resonancias a “Match Point”, la realización vale por si misma: como historia de amor, film policial, reflexión sobre las casualidades que modifican nuestro destino y, muy particularmente, mirada crítica acerca de los débiles y los poderosos que conforman la existencia cotidiana, en evocación de su también descomunal “Crímenes y pecados”.
La componente autobiográfica igualmente puede rastrearse aquí, lo cual implica el que tal vez sea un guiño muy personal de humor negro. El personaje central de este film es un hombre humilde que con habilidades diversas y un matrimonio adecuado logra introducirse en esferas sociales a las que admiraba a la distancia, sin poder incorporarse a las mismas. Y ese quizás sea el Woody Allen que en su infancia y juventud admiró a unos “dioses” hollywoodianos con los que llega a codearse cuando se convierte en el genial e iracundo neoyorkino que modifica al cine norteamericano y especialmente cuando se incorpora al “jet set” de la pantalla en pleno, a través de su casamiento con Mia Farrow, algo que reconocería personalmente.
“Match Point” es un título de Woody Allen absolutamente diferente dentro de su filmografía. No es “cine americano” por su ambientación pero no lo es tampoco por su formulación peculiar: mixtura entre ópera italiana y cine británico que arranca como retrato social y culmina con un asunto criminal; con encantadora y anciana “lady” de clase media baja incluida. Personaje este último que en otra época hubiera exigido la ineludible presencia de Margareth Rutherford, a la que acaso se homenajea implícitamente.
Estas características hacen que “Match Point” pueda desdoblarse en infinitas lecturas de acuerdo a la percepción de cada espectador y la perspectiva que guste situarse. Solamente la genialidad de un creador sin par puede ofrecer tales opciones.

Good Bye Lenin: el muro después de la caída

“GOOD BYE, LENIN! “ EN EL FESTIVAL DE VALLADOLID
por Alvaro Sanjurjo-Toucon

El realizador alemán Wolfgang Becker ha declarado que el suyo no es un film sobre la caída del muro de Berlín y la reunificación alemana. Pero más allá de los propósitos expuestos por el realizador y coguionista (conjuntamente con Bern Lightenberg) se halla la sugerente lectura de este título más interesante que logrado.
Todo se inicia poco antes de la caída del muro de Berlín, cuando Christiane, una comunista militante, madre cincuentona y separada de su marido, ampliamente condecorada por las autoridades de la RDA (República Democrática Alemana) cae en estado de coma, recuperándose cuando ya la Alemania comunista es un fantasma cuya desaparición lamentan unicamente las figuras de la “nomenklatura”.
Para evitar un colapso cardíaco a Christiane, su hijo le oculta las vertiginosas transformaciones sociales, políticas y económicas del país, recreando un mundo artificial en su departamento. La mujer verá (video mediante) viejas emisiones de la televisión comunista, y recibirá a niños pioneros y viejos camaradas, todos ellos parte de una comedia urdida por el hijo. Así, su mundo, ese universo del socialismo real que había sido la razón de la existencia, permanece inmutable.
Becker inicia un juego de alusiones que habrá de continuarse a lo largo del metraje. Referencias de carácter histórico y también cinematográfico, con especial remisión a un par de maestros de la comedia: Ernst Lubitsch y su alumno Billy Wilder.
En el plano histórico, ese universo artificial creado en torno a la mujer, nos remite a Lenin y sus últimos meses de vida, cuando se le imprimían ejemplares únicos de “Pravda” facilitándole una imagen idílica de la Unión Soviética. Con ello el film arroja sus primeros y ácidos dardos sobre un sistema donde predomina la voluntad del dirigente, al que se complace por sobre una realidad dura y poco halagüeña.
Y en lo cinematográfico, Becker sin poseer el mágico toque Lubitsch como tampoco la impronta de su sucesor Billy Wilder, acude con acierto a elementos presentes en las sátiras políticas de estos.
Christiane, que acentuando en su parodia está interpretada por Katrin Sass, actríz de la Alemania del Este, es a su modo una “Ninotchka” (Lubitsch, 1939) en cuyo fuero más íntimo predomina la mujer sensible por sobre la dureza oficial de la dirigente política. Y es en los tramos finales de “Good Bye, Lenin!” donde emerge con vigor esa dualidad de conductas conformadora del perfil humano y acaso tierno del personaje. A su vez, la visión de los gobernantes, reconstruida fundamentalmente mediante el uso de antiguos noticiarios, asume un sesgo crítico e irónico, pues el viejo discurso se autodestruye a la luz de los hechos, un recurso que viéramos en el Lubitsch de “To be or not to be” (l940).
Sin embargo Wolfgang Becker no se conforma con el enjuiciamiento del mundo comunista. También admite una mirada crítica hacia el consumismo que le sustituye, si bien salvaguarda las ventajas de la pluralidad ideológica (una inequívoca reminiscencia de la wilderiana “One, Two, Three”).
Para la realización, la doctrina comunista fue aceptada por los germanos del este como credo cuasi religioso –acaso una referencia indirecta también sobre su pasado nazi- lo cual queda patentizado en la estatua de Lenin que transportada por un helicóptero parece ofrecer su postrera bendición a una sociedad en plena crisis. Una paráfrasis del Cristo que sobrevuela Roma en “La dolce vita” de Federico Fellini.
Esta comedia, concebida con chispeante ritmo de vodevil aunque carente de la sutileza, “del toque Lubitsch” que la hubiese elevado a nieveles mayores, no rehuye su costado dramático. Ya que Christiane, como la Gloria Swanson de “Sunset Boulevard” (Wilder, 1950) es prisionera de un mundo pretérito que ya no existe pero que era el único en el cual hallaba fórmulas que le permitieran eludir sus fantasmas interiores y convertirse en heroína de multitudes.
Becker manifestó que no fue su propósito establecer la comparación entre la aceptación del nazismo y el comunismo por parte del pueblo alemán, si bien esta es una polémica de real existencia.
Ante este cúmulo de indirectas referencias, el detonante de la historia: el deseo de un hijo de no trastornar la existencia de su madre para salvaguardar su salud, luce como un pretexto válido pero indudablemente menor.
“Good Bye, Lenin!” no es un gran film ni lo pretende, aunque es una efectiva comedia de sostenido ritmo. En manos de un Lubitsch o Wilder seguramente hubiera dado una obra memorable. Indudablemente es un válido testimonio de nuestro tiempo construido sobre un andamiaje de efectivo y vodevilesco humor.


Alvaro Sanjurjo-Toucon
(Jurado de Fipresci en la 48 Semana Internacional de Cine de Valladolid)