sábado, 17 de enero de 2009

Good Bye Lenin: el muro después de la caída

“GOOD BYE, LENIN! “ EN EL FESTIVAL DE VALLADOLID
por Alvaro Sanjurjo-Toucon

El realizador alemán Wolfgang Becker ha declarado que el suyo no es un film sobre la caída del muro de Berlín y la reunificación alemana. Pero más allá de los propósitos expuestos por el realizador y coguionista (conjuntamente con Bern Lightenberg) se halla la sugerente lectura de este título más interesante que logrado.
Todo se inicia poco antes de la caída del muro de Berlín, cuando Christiane, una comunista militante, madre cincuentona y separada de su marido, ampliamente condecorada por las autoridades de la RDA (República Democrática Alemana) cae en estado de coma, recuperándose cuando ya la Alemania comunista es un fantasma cuya desaparición lamentan unicamente las figuras de la “nomenklatura”.
Para evitar un colapso cardíaco a Christiane, su hijo le oculta las vertiginosas transformaciones sociales, políticas y económicas del país, recreando un mundo artificial en su departamento. La mujer verá (video mediante) viejas emisiones de la televisión comunista, y recibirá a niños pioneros y viejos camaradas, todos ellos parte de una comedia urdida por el hijo. Así, su mundo, ese universo del socialismo real que había sido la razón de la existencia, permanece inmutable.
Becker inicia un juego de alusiones que habrá de continuarse a lo largo del metraje. Referencias de carácter histórico y también cinematográfico, con especial remisión a un par de maestros de la comedia: Ernst Lubitsch y su alumno Billy Wilder.
En el plano histórico, ese universo artificial creado en torno a la mujer, nos remite a Lenin y sus últimos meses de vida, cuando se le imprimían ejemplares únicos de “Pravda” facilitándole una imagen idílica de la Unión Soviética. Con ello el film arroja sus primeros y ácidos dardos sobre un sistema donde predomina la voluntad del dirigente, al que se complace por sobre una realidad dura y poco halagüeña.
Y en lo cinematográfico, Becker sin poseer el mágico toque Lubitsch como tampoco la impronta de su sucesor Billy Wilder, acude con acierto a elementos presentes en las sátiras políticas de estos.
Christiane, que acentuando en su parodia está interpretada por Katrin Sass, actríz de la Alemania del Este, es a su modo una “Ninotchka” (Lubitsch, 1939) en cuyo fuero más íntimo predomina la mujer sensible por sobre la dureza oficial de la dirigente política. Y es en los tramos finales de “Good Bye, Lenin!” donde emerge con vigor esa dualidad de conductas conformadora del perfil humano y acaso tierno del personaje. A su vez, la visión de los gobernantes, reconstruida fundamentalmente mediante el uso de antiguos noticiarios, asume un sesgo crítico e irónico, pues el viejo discurso se autodestruye a la luz de los hechos, un recurso que viéramos en el Lubitsch de “To be or not to be” (l940).
Sin embargo Wolfgang Becker no se conforma con el enjuiciamiento del mundo comunista. También admite una mirada crítica hacia el consumismo que le sustituye, si bien salvaguarda las ventajas de la pluralidad ideológica (una inequívoca reminiscencia de la wilderiana “One, Two, Three”).
Para la realización, la doctrina comunista fue aceptada por los germanos del este como credo cuasi religioso –acaso una referencia indirecta también sobre su pasado nazi- lo cual queda patentizado en la estatua de Lenin que transportada por un helicóptero parece ofrecer su postrera bendición a una sociedad en plena crisis. Una paráfrasis del Cristo que sobrevuela Roma en “La dolce vita” de Federico Fellini.
Esta comedia, concebida con chispeante ritmo de vodevil aunque carente de la sutileza, “del toque Lubitsch” que la hubiese elevado a nieveles mayores, no rehuye su costado dramático. Ya que Christiane, como la Gloria Swanson de “Sunset Boulevard” (Wilder, 1950) es prisionera de un mundo pretérito que ya no existe pero que era el único en el cual hallaba fórmulas que le permitieran eludir sus fantasmas interiores y convertirse en heroína de multitudes.
Becker manifestó que no fue su propósito establecer la comparación entre la aceptación del nazismo y el comunismo por parte del pueblo alemán, si bien esta es una polémica de real existencia.
Ante este cúmulo de indirectas referencias, el detonante de la historia: el deseo de un hijo de no trastornar la existencia de su madre para salvaguardar su salud, luce como un pretexto válido pero indudablemente menor.
“Good Bye, Lenin!” no es un gran film ni lo pretende, aunque es una efectiva comedia de sostenido ritmo. En manos de un Lubitsch o Wilder seguramente hubiera dado una obra memorable. Indudablemente es un válido testimonio de nuestro tiempo construido sobre un andamiaje de efectivo y vodevilesco humor.


Alvaro Sanjurjo-Toucon
(Jurado de Fipresci en la 48 Semana Internacional de Cine de Valladolid)

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